Nuestra Ciudad.

6-7-2012

En la parte alta y baja de esta confusa y rayante ciudad que habita en mi interior andaban delgados y finos hilos llenos de un único rostro perdido entre gigantescos bloques y cegantes luces en medio de una noche tan ruidosa entre el más profundo silencio. Aquellos hilos atravesaban con sus movimientos ondulares el invisible caos, enredándose entre la liosa inmaterialidad enmascarada en lo que yo llamaba una simple amistad. El fresco aroma de tu perfume llegó esa misma madrugada, descubriendo así la capa que tapaba el corazón de ese gran conjunto de altos bloques y aparatos electrónicos. Pero ésta, reacia, se negaba a abandonar su lugar, acomodada en esa intangibilidad en la que un día tú llegaste a tocar. Tus dedos alcanzaron el tacto áspero de la tela, y con un solo beso y la calidez de tu cuerpo, la arrancaste de un simple soplido entre tres pequeñas ventanillas y dos cómodos asientos, descubriendo esa abstractez que tan oculta había estado durante muchísimo tiempo.

Detrás de aquel puente sucio y abandonado, el sol iluminó esta infravalorada ciudad en esta acordada madrugada, y mis pupilas se encontraron con las tuyas... cuando tu rostro había pertenecido ahí, día y noche, hace un par de años, sin saber exáctamente qué papel representabas tú en mi simple vida. Un viejo ciudadano que había aguantado la tierra polvorienta que cada coche producía al pasar, las tormentas de mis lloros y los temblores de mis errores.

Me dejé llevar sin intromisión alguna de esta máquina pensante, siguiendo el sendero que mis sentimientos se extendían ante mí. A pesar del daño causado y las malas desiciones cometidas, extendiste tu mano cuando te lo pedí, levantaste tus orbes al hacerlo primero yo y me abrazaste sin temor alguno. En un intento de recuperar lo que en quinientos cuarenta y siete días en cenizas se había convertido, una estrella fugaz surcó los cielos anaranjados de nuestro nuevo y joven amanecer con esa velocidad tan característa de ella. La rapidez con la que el cielo se despejó y la primavera llegó ayudó a embellecer los campos arenosos y relucir naturalmente, ahora, nuestra bella ciudad. Crucé el puente con andares decididos para ir directa a tí y coger tu mano, permitiéndote entrar de nuevo en un mundo hermoseado por la luz de tu mirada y acompañado por la melodía de los palpitares de tu corazón; el viento nacía de las exhalaciones que de entre tus labios entre abiertos se escapaban para juguetear con las hebras de mi cabello y la vida era el reflejo de nuestra felicidad y el gozo de cada caricia.

Yo.

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