Tedio en las horas.

Ondas chorreantes de monotonía penetran en mí como el veneno de la víbora más frívola, adormeciéndome, arrasando con la hiperactiva anestesia de mi inmaterialidad. Buscando actos y mofas, alguna excusa por la que activar o acelerar estos músculos agarrotados encima de la dureza incómoda e indesgastable.

Frases formadas por palabras, palabras formadas por letras... nacen autómatas para ejercer su flexible camino hacia el ininteligible material y enredados hilos de cada ser; suponiendo el martirio para la pluralidad y admisible para la minoridad. Penetran y quedan como una quemadura imborrable o actúan como la nimiedad más inutilizable. Miles de veces.

Máquina, con sus repetitivos y cambiantes movimientos, cooperan en la tortura sin sensibilidad, deleitándose con la desesperancia y el hastío palpables, las cuales abundan y ejercen presión sobre las barras grises y oxidadas, vistas en nuestras sensaciones.

Pero de cada momento tedioso se saca siempre lo productivo: el desahogo.


Yo.

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